lunes, 16 de noviembre de 2009

Passion

Y fueron los tiempos del desorden, del insaciable cuerpo a cuerpo, de las anarquías del abrazo de formas machihembradas, revueltas, volteadas, en los albures del impulso y del deseo -hallazgo de sabores y calores, retozos, cuchicheos en la oscuridad, gimientes alegrías, risas al cabo del gesto, fingidas resistencias, deleitosas confusiones, palpitantes afloraduras de savias profundas; tiempos de la puerta sellada, de la llamada sin respuesta, del teléfono desconectado, del cartero inútil; tiempos del egoismo compartido, del olvido de cuanto nos fuese extraño y ajeno -gentes, amigos, sucesos, deberes; tiempos de la jubilosa alienación, de la siempre superada cantata a dos veces, del dejar de ser para encarnarme en ti, antes de regresar, yacentes colmados, al leve y sonriente de la ternura recobrada, de las carnes devueltas a sus aplacados contornos.
                                Alejo Carpentier


Gracias a un milagro, (un milagro que ahora veo como maldición), los tres nos fundimos como uno solo: nuestros cuerpos, sudorosos y excitados, luchaban por desprenderse de sus ropas en aquella noche de navidad, como si fuésemos esclavos que al fin logran liberarse de sus cadenas. Rodamos por el suelo, como bestias que luchan por la misma presa, besándonos y acariciándonos y desgarrándonos y muriéndonos y amándonos sin fin, inconteniblemente, hasta el agotamiento... Perdimos nuestras personalidades individuales y nos transformamos en un ser múltiple, regido únicamente por la desazón y el deseo. Por un momento, no importaba a quién pertenecía cada pierna, cada mirada, un fragmento de sexo, unos centímetros de piel: lo compartíamos todo, indiferentes y arrebatados, covencidos de que no hay fronteras entre aquellos que en verdad se quieren. Amarás a tu prójimo como a ti mismo, había dicho Aquel cuyo natalicio celebramos ese día, y decidimos llevar su dictado hasta las últimas consecuencias. No pecábamos, no podíamos pecar: por el contrario, estábamos poseídos por la gracia y éramos, por una vez en la vida, tan inocentes como niños...
                                                                                                                                               Jorge Volpi

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